viernes, 26 de septiembre de 2008

persepcion

La ciudad se metió dentro del hombre. Lo perturba, lo enferma, lo transforma. La enfermedad urbana, convertirse en fertilizante. El reloj, la respiración de los motores encendidos, las campanas de la iglesia. Voces de los tacos altos y los zapatitos escolares. Silencio del descalzo. Rojo, amarillo, verde, la senda peatonal. El hombre maquina no se mueve, se transporta. Tiene las herramientas para desarmarse. Gira sobre si mismo como la rueda en el asfalto. No escucha, no se detiene. El eco lo envuelve mientras se fragmenta en miles de partes. Lo hace mínimo, insignificado, desafinado. Y mientras sobrevive, mientras revientan los martillazos de una obra en construcción. Porque eso lo conoce y lo reconoce, eso es lo que lo mantiene. Sólo no se comprende y tampoco en todo. El es una partícula de polvo mas y también es parte del engranaje de la maquina infinita que las fabrica.

algo asi,
como una especie de ¿minimalismo humano?
no se, creo que eso me producen los dos señores.

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